Todos conocen a Miguel Granata como inspector de tránsito porque trabajó 25 años en esa actividad municipal. Pero hay muchas más historias que contar de este muchacho de 64 años que nació en San Vicente, surcó varias veces el mar y se volvió un agradecido roqueperense más.
Ayer, recordando el viaje de Magallanes por el estrecho que une el Atlántico y el Pacífico, que fue el primer viaje alrededor de la tierra les adelanté que hoy íbamos a charlar con un técnico marino roqueperense. Nuestro personaje de hoy atravesó varias veces aquel estrecho y navegó diez años en buques mercantes.
“Yo trabajaba en la Citroën, era tornero -recuerda Miguel Granata-. Cuando la automotriz cierra, un amigo de mi papá que era mecánico naval, me alentó a embarcarme. Entonces me fui a la Escuela de Cabotaje de Prefectura. Yo vivía en Alejandro Korn, viajaba una vez por semana y rendía exámenes. Empecé a navegar en 1979. Mientras estaba embarcado seguía estudiando. Así fui ascendiendo desde Auxiliar de máquinas de segunda a Primer oficial mecánico”.
“Navegaba en Transportes Navales. Ibamos a Ushuaia y a Malvinas, antes del conflicto. Salíamos de Tandanor, de la zona de Puerto Madero y tocábamos todos los puertos del sur argentino. Después me pasé a ELMA y mi primer viaje fue a Nueva York. Hice muchos viajes de tres meses, de Buenos Aires a Ushuaia, cruzábamos por el estrecho de Magallanes, por los canales fueguinos hasta Punta Arenas en Chile y desde ahí por el Pacífico, puertos de Sudamérica, México, EEUU, Canadá y Alaska. Llegábamos hasta un pueblo chiquito de Alaska llamado Ketchikan. Nosotros llevábamos carnes, hierro y se traían muchos productos de electrónica. De California traíamos duraznos, vinos. De Perú traíamos minerales y lana de vicuña. En todos los puertos se cargaba y se descargaba de todo. Un barco es un gran flete.”
Para cruzar el estrecho tardábamos casi dos días. Eso se hacía con los prácticos chilenos. Nosotros salíamos de Ushuaia por el canal de Beagle, para acortar la distancia y desembocábamos al estrecho de Magallanes. Los prácticos son los que conocen perfectamente el lugar. A veces hay vientos muy fuertes y se dificulta la navegación. Una vez un barco de unos compañeros encallaron allí”.
¡Magallanes tardó 28 días en cruzar el estrecho!
“Claro, Magallanes iba investigando, no sabía que ría tomar. Eso es una enredadera de islas. Hay lugares más abiertos que pueden tener oleaje. Pero el resto es bastante tranquilo. Yo estaba en sala de máquinas, pero igual salía a cubierta y pude apreciar la belleza de los canales fueguinos. El estrecho permite ahorrar entre cinco y siete días. Es menos distancia que usar el Pasaje de Drake y el cabo de Hornos, que además es considerada una de las zonas más peligrosas del mundo con olas de 10 a 30 metros”.
¿Lo peor para un maquinista?
“Lo peor es que se te pare el motor principal -explica Granata-. Si el mar está complicado, quedás a la deriva y eso es muy peligroso porque un temporal te puede provocar una vuelta de campana. Nuestros profesores nos decían “trabajen bien, si falta una arandela o un tornillo el buque se puede hundir”. En la bahía de Chesapeake en EE.UU. sufrimos un incendio y estuvimos 6 horas para apagarlo. Ahí te das cuenta quien está preparado para eso. Algunos ya se ponían el salvavidas. Pero no podés perder el control. Yo me pude dar cuenta de prender las bombas de achique a tiempo. Una vez un cable de acero se soltó, voló como un sable y mató a un compañero”.
Miguel me cuenta las dimensiones de aquellos barcos de 150 metros de largo con motores de 15 mil HP. El motor medía 20 metros de largo y cada pistón un metro de diámetro pesaba dos toneladas.
“También hice viajes al mar del Norte. Salíamos de Brasil hasta las Islas Canarias. Luego puertos europeos hasta uno muy pequeño al sur de Rusia. El lugar que más me gustó por belleza y por su orden fue Alemania. Es un lugar que me hubiese quedado a vivir. Conocí lugares muy lindos en EEUU y Canadá pero en Alemania la gente era más amigable. Si vos te perdías enseguida encontrabas alguien que hablaba español y se desvivía por ayudarte.
¡Te hablo de 35 años atrás!”
“El barco en una tormenta es una cascarita de nuez -me responde Miguel sobre esos apremios-. En el triángulo de las Bermudas se arman tormentas de golpe, lo mismo en el golfo de Vizcaya en Portugal. Pero yo nunca le tuve miedo. Hubo chicos que hicieron el curso conmigo y salieron de Bs. As. y en Bahía Blanca se volvieron, dijeron esto no es para mí. Cuando vos tenés 22 años te querés comer el mundo. Para mí era una experiencia extraordinaria, por la cantidad de lugares que conocí. Eramos 40 tripulantes y había que convivir. Hay momentos difíciles y momentos de mucho compañerismo. A veces te tocaba un capitán renegado y la pasabas mal. Pero fue una época que no olvidaré nunca. Hice amigos arriba del barco para toda la vida. Navegué diez años, después falleció mi papá y dejé. Y al poco tiempo me vine a Roque Pérez”.
¿Cómo fue esa historia?
“Con mi amigo Norberto («La Bestia», que lamentablemente falleció ya hace unos años) hacíamos reparaciones en edificios en Bs As. Norberto era concesionario de cine y se le ocurre abrir el cine de Roque Pérez. Y yo lo acompañé porque estaba en la parte técnica. Hace 33 años. Era el año 87 pero al año cerramos porque vino la debacle con la aparición de los videos y fueron cerrando todos los cines”.
“¿La primera película?
Mira justamente fue una de navegación porque fue Expedición Atlantis -recuerda Miguel-. Luego el cine cerró y Norberto abrió el gimnasio y ya empezó una historia que muchos conocen. Siempre tuve gimnasio. Primero con Julito Angrigiani y Norberto, donde hoy está Video Friends. Después en el cine y en Tío Monter y hace unos años tengo el gimnasio en mi casa. Ya voy a cumplir 65 años pero estoy muy bien, siempre en movimiento, siempre hice deporte y estoy con la cabeza fresca”.
¿Cómo empezaste a hacer perforaciones?
“Porque recordaba a mi papá, que arreglaba de todo -cuenta Miguel-. Estuvimos cuatro años en una estancia de Tranque Lauquen haciendo las casas de los puesteros. Y veía a mi padre hacer perforaciones para plantar los pararayos y que también servían para sacar agua. Recordando aquello empecé a perforar en Roque Pérez, hace 17 años. Hoy tengo una máquina de 2 toneladas y media que construí, durante un año, yo mismo. Me permite llegar hasta 60 metros de profundidad, con bombas sumergibles de 7 hp para grandes caudales de agua”.
Hablamos de los ríos debajo de la tierra, los acuíferos Pampeano entre 40 y 60 metros bajo la superficie y el Puelche todavía más profundo. “También he podido sacar agua dulce de la napa freática – me dice Miguel- a muy pocos metros de profundidad”
Miguel trabajó 25 años de inspector de tránsito y dos años haciendo la coordinación del área. Como toda actividad de control puede traer amarguras. “Sí, -responde Miguel- pero la satisfacción más grande es el reconocimiento de la sociedad. En Roque Pérez todo el mundo me ha conocido por esta actividad. Y hasta con quienes he tenido encontronazos muy difíciles pueden decir quién y cómo soy. Además, hice seguridad dos años en Jab Bala, también en los encuentros de motos donde hubo 14 mil asistentes y en la entrada de boxes en época de Germán Olasagaste”.
“He hecho de todo -dice Miguel Granata-. Acá he evolucionado más que en cualquier parte. Pude progresar. Empecé con una bicicleta Aurorita plegable y hoy tengo mi taller de tornería. Estamos armando con Gabriel Bruno bombeadores solares, son bombeadores de diafragma que funcionan con el sol y reemplazan al molino. Ya los estamos colocando”.
Cuando cerró el cine vos decidiste quedarte…
”Sí, porque me encantó Roque Pérez desde el primer día -dice Miguel-. Acá voy a tener laburo siempre, -pensaba yo- y no me equivoqué. Hay mucho trabajo en Roque Pérez si tenés un conocimiento para poder aplicar”.
¡Y sos un roqueperense más!
“Si, claro, llevo 33 años en Roque Pérez, tengo una hija de 26 años que es profesora de gimnasio y guardavida. Formé mi familia con Marita. Y muy agradecido porque nunca me faltó laburo. Yo estoy muy feliz en Roque Pérez”.
¡Siempre listo! Reparamos barcos y cinematógrafos, hacemos hoyos y ordenamos el tránsito, podría decir la tarjeta de presentación de Miguel Granata. Un técnico de mar y tierra, un roqueperense de San Vicente, que estrecha la mano y ofrece una sonrisa agradecida.