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El Diego y la felicidad en los ojos

Hemos vivido pegados a Diego. Yo tengo 9 años menos que Maradona así que me fueron pasando algunas cosas con dos mundiales de atraso. Como alguien dijo, la vida es eso que te pasa entre dos mundiales de fútbol. Cuando era chico íbamos con la familia a Lomas de Zamora a ver a unos amigos. Mi imaginario se llenaba con dos palabras: Camino negro. Esta familia había tenido librería así que, de entre las cajas polvorientas de un galpón, sacaban pequeñas figuritas escolares y nos regalaban a mi hermano y a mí. Entonces ya había una figura inmensa en los «bichitos colorados». Nos contaban que el pibe era de ahí cerca, de Villa Fiorito, y que descollaba en Argentinos Juniors.

Enseguida lo vi jugar de madrugada y hacer maravillas en la selección de 1979. En esos partidos Diego inventó el mejor festejo de gol, ese saltito con el puño en alto y la cara llena de sonrisa y dientes blancos. Pelusa ya era poster. Enseguida pasó a Boca, pero ese poster no lo iba a tener yo, que muy Gallardo soy del gallinero del Enzo, de Orteguita y el Muñeco.

Después me dolió la patada de Andoni, y pronto, solía verlo algún domingo a las 11 de la mañana haciendo goles de media cancha en Nápoles.

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La hermosa cachetada del empate contra Italia la grité en el SUM de la Escuela Secundaria N°1 de Roque Pérez. Y recuerdo el lugar exacto, la cabecera de la mesa, la silla, la inclinación del tele Hitachi, los familiares presentes y el grito desaforado, después de los 10 segundos más famosos del planeta. Cuando remontaste el barrilete cósmico de Víctor Hugo. También me había grabado el relato del gordo muñoz que decía “el gol más grande de la historia del mundial” con una cámara de eco que te daba la impresión que transmitía a todo el universo.

Yo casi nunca compraba revistas. Esa semana compré El Gráfico y compré muchos diarios en junio del 86. Y llegó la edición color con ¡la copa del mundo en tus manos!

En el 90 estaba estudiando periodismo en La Plata. Me acuerdo de los amigos del depto, Chiche, Dofi, Diego, todos mirando Argentina – Italia. Me acuerdo los gritos en cada ventana de los edificios. Éramos los campeones vigentes, campeones de los penales, campeones de la semifinal ante la Azzurra.

En EEUU estábamos de fiesta hasta que nos cortaron las piernas a todos. Se terminaba el futbol flipper, el sueño se volvía pesadilla.

Qué bueno que volviste, xeneize, sufrirte. Ganarte también era lindo, qué clásicos los de Nuñez y los de Caminito. Después, me acuerdo escucharte, “yo me equivoqué y pagué. Pero la pelota no se mancha”. Siempre tenés una verdad de la biblia de la calle a mano.

En 2003 salíamos con mi Negra de la clínica, con una ecografía que decía ¡nena! Malena… dije con lágrimas en los ojos. Iba a ser papá y ese día me cayó la ficha. Ahí entendí cuando hablabas, con tanto amor, de la Dalma y la Gianinna.

Ibas a Cuba y muchos íbamos a Cuba con vos. Bailamos el cuarteto, cuando la barra cantó Maradó, Maradó. Y también nos tiramos de panza en una clasificación.

¡Te mandaste varias! ¿Quién no? Mi viejo te veía en las noticias y se agarraba la cabeza. ¡Pero cómo te seguía! Tus gambetas eran un imán. Yo lo miraba y le brillaban los ojos. ¡Nunca habrá otro igual! decía. Cuando ya se iba al dormitorio se quedaba parado, con el despertador en la mano, mirando la pantalla hipnotizado. Pasarán cien años -decía- ¡No va a salir otro igual!

Hoy recuerdo a mi viejo y le muestro tus goles a Alejo. Les hago escuchar a mis hijos la música de Charly, del Flaco, los Beatles y Fito. Lo seguimos a Lio. Nuestras vidas se llenan cada día en los surtidores de los que queremos y de los que admiramos, de los que defienden nuestra camiseta. Por eso todos cumplimos tus 60.

Y nos comemos los amagues, y desde el suelo nos reímos, mientras te vemos corriendo, esquivando piernas, esquivando todo, directo al gol. Pasarán cien años -decía mi viejo- ¡No habrá otro igual! Alguien que en sólo 10 segundos nos haga brillar los ojos de felicidad.

¡Feliz cumpleaños Diego!

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